La Pascua ecuménica en el año jubilar

Lunes 30 de Junio del 2025

Sandra Arenas
Decana Facultad de Ciencias Religiosas y Filosofía
Universidad Católica de Temuco

En contextos como el latinoamericano en general y el chileno en particular, de mayoría cristiana occidental (católicos y protestantes) es poco conocido que el cristianismo habitualmente celebra dos veces la Pascua. 

¡Así es! y ¿por qué?

Porque cristianos católicos y ortodoxos utilizan calendarios diferentes; los primeros el calendario gregoriano (con origen en el siglo XVI, el que usamos ampliamente) y, los segundos, el calendario juliano (con origen el año 45 a.C.). Aunque se trata de dos calendarios solares, o basados en el ciclo anual de la Tierra alrededor del Sol y por tanto, con base en la ciencia astronómica, entre uno y otro hay una ligera diferencia que lleva a estas dos tradiciones cristianas a ubicar la fiesta de la Resurrección en domingos distintos. De hecho, podría haber una distancia de entre tres a cinco semanas entre una y otra. 

Existe una antigua regla establecida en el año 325 d.C., en el conocido Concilio ecuménico de Nicea (actual Iznik, Turquía), que en torno a la definición del Símbolo de la Fe (nuestro CREDO), buscó armonizar esta celebración litúrgica, corazón de la fe cristiana, con el ciclo de la naturaleza. El ciclo lunar, el cielo nocturno, ha moldeado las celebraciones religiosas desde los inicios de la civilización, lo es en el judaísmo, y también en el cristianismo. Esta regla establecida en el siglo IV, indica que la Pascua se celebre el domingo siguiente al primer plenilunio (luna llena) posterior al equinoccio de marzo, donde en el hemisferio norte, comienza la primavera. Y para nosotros, en el hemisferio sur, el otoño.

Esta regla de unidad, la siguen todas las iglesias del mundo, pero como se calcula diferenciadamente la fecha de ese equinoccio y primer plenilunio, tenemos habitualmente dos fiestas de Pascua.

Pocas veces coinciden los calendarios. Este 2025 hemos asistido a esa coincidencia que fue anticipada ya hace un tiempo y que promovió un movimiento peculiar en torno a restablecer la unidad de celebración, desde diversos espacios eclesiales, católicos y ecuménicos, que incluso se remonta a Alepo (Siria) en marzo de 1997 en una consulta  organizada conjuntamente por el Consejo Mundial de Iglesias (CMI) y el Consejo de Iglesias del Oriente Medio. En 2001, y promovido por el CMI se invitó a representantes de las tradiciones ortodoxa, católica romana y a protestantes, a resumir brevemente sus reflexiones sobre una fecha común para Pascua. De allí surge una Serie del proceso de estudio de la cuestión de la fecha común de Pascua.

Otra de las iniciativas se llama Pasqua Together (Pascua juntos), la cual nació precisamente en el horizonte de este aniversario jubilar. El grupo está compuesto por representantes de diferentes Iglesias cristianas y Movimientos políticos y sociales cristianos, ha sido promovido por la Asamblea Interparlamentaria Ortodoxa, a la cual se ha unido el proyecto “Juntos por Europa”, el Movimiento “Jesus Christ 2033” y el “Centro Uno” del Movimiento de los Focolares. El grupo sigue recorriendo un camino común que los ha llevado a firmar una declaración conjunta que establece el compromiso de trabajar para que todas las iglesias cristianas y comunidades eclesiales lleguen a celebrar juntos el evento pascual en el largo aliento. El documento fue entregado al Patriarca de Constantinopla, al Papa Francisco, y previamente al Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias, el Rev. Jerry Pillay y al ex Secretario General de la Alianza Evangélica Mundial, el Obispo Thomas Schirrmacher, ampliándose su difusión gradualmente a otros líderes cristianos. 

En este contexto de sensibilización progresiva, el Papa Francisco recibió a una delegación del grupo Pasqua Together el 19 de septiembre de 2024, y les dirigió unas palabras que resuenan con fuerza en estos días, en los cuales la suya propia se ha unido a la de Cristo:

“la Pascua no se produce por iniciativa propia ni por un calendario u otro: el acontecimiento pascual tuvo lugar porque Dios «amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (cf. Jn 3,16). No olvidemos la primacía de Dios, su primerear, el haber dado el primer paso. No nos encerremos en nuestros esquemas, en nuestros planes, en nuestros calendarios, en «nuestra» Pascua. ¡La Pascua es de Cristo! Y es bueno que pidamos la gracia de ser cada vez más sus discípulos, dejando que Él nos muestre el camino a seguir y aceptando humildemente su invitación, ya hecha un día a Pedro, a seguir sus huellas y a no pensar según los seres humanos, sino según Dios (cf. Mc 8,33)”

Estas palabras recientes, evocan - entre otras cosas - la profunda ecumenicidad de la Pascua, a la que se aspira con arduos diálogos bilaterales y multilaterales, desafiando siempre la comprensión de tradición. La fuente de la tradición es Cristo muerto y resucitado, acontecimiento que es pura gracia, o sea, un don de Dios para la humanidad completa, creyentes y no creyentes. Este acontecimiento moviliza a las iglesias católica tanto de Oriente como de Occidente, y a toda comunidad eclesial, a orientar su vida y misión en cada contexto. Como don, es una iniciativa de Dios, a lo que Francisco lo llama primerear, recordándonos que acogerlo implica siempre, en todo tiempo y lugar, situarlo en el centro, vehiculizar su experiencia, facilitando institucionalmente que sea actualizado en las iglesias locales para irradiar eficazmente su sentido más hondo. Esa irradiación desafía también el hacerlo juntos y juntas. En medio de las muchas fragmentaciones en los tejidos sociales contemporáneos, el testimonio de unidad en la noche gloriosa de la esperanza cierta en el futuro, que revive la promesa de vida buena y abundante, es un signo eficaz de la fe viva en esa promesa. 

No se trata, entonces, de cualquier consenso. La liturgia tiene ese potencial transformador único, como uno de los espacios de mediación privilegiada para la experiencia personal y comunitaria con Cristo, el Alfa y Omega de la historia, quien resucitado redime la muerte y los sufrimientos, también los tuyos y los míos, los de cada persona y rincón, más allá de las tradiciones particulares que la envuelvan, la Tradición es Cristo, y buscar la unidad para testimoniarla encuentra en Él su verdadero sentido.

Con la confianza cierta en que es Dios quien primerea, continuemos la senda de este discernimiento desde la oración y el diálogo comunitario, conviene recordar que a esta fiesta estamos todas y todos invitados, si disponemos en una sola noche mesas amplias y muy largas, robustos cirios, en torno a la Palabra que repasa la historia de salvación, podemos irradiar una unidad que desafíe las divisiones no solo religiosas, sino también sociales y políticas. 

La convergencia calendaria en este año jubilar de la encarnación del Señor, podemos interpretarla como un potente signo de unidad, para animarnos a continuar el diálogo y la oración, también a revisitar nuestras tradiciones institucionales mirando siempre hacia ese horizonte mayor.

SERVICIO - Revista de la Conferencia Episcopal de Chile