La religiosa de la Congregación Esclavas del Corazón de Jesús, es licenciada en Psicología, y desde ese conocimiento le correspondió liderar el equipo de apoyo psicoespiritual a las comunidades del norte afectadas por aluviones de 2015. Además, es secretaria ejecutiva del Consejo de Prevención de la Diócesis de Rancagua e integrante de la comisión que aborda la misma temática en la Conferencia de Religiosas y Religiosos de Chile. Ello sumado a su aporte a las experiencias de oración desarrolladas en la diócesis Copiapó en sus asambleas de Valle, le llevaron a ser invitada a colaborar en la preparación de los distintos espacios orantes de la Tercera Asamblea Eclesial.
Cuenta que el grupo que se conformó para este hito eclesial, tuvo una gran disponibilidad y ganas de asumir este desafío: “La riqueza más grande del equipo de espiritualidad es que pudimos descubrirnos, sin conocernos mucho, reconocer esa voz del Espíritu que nos dijo: busquemos a esa persona porque tiene expertiz en Biblia, o porque sabe cantar, o tiene experiencia de discernimiento. Entonces fue conformar el equipo y darnos cuenta que todos teníamos esa disponibilidad de dar eso que era nuestra fortaleza o don para ponerlo al servicio. Y empezamos a darnos. Eso fue lo más bonito de la experiencia previa, de intensas horas de trabajo entre nuestras actividades propias. Las reuniones las hicimos vía online en toda la previa y recién en los días de la asamblea pudimos encontrarnos presencialmente y hacer una comunión mucho más profunda”.
El transmitir como línea conductora de la Asamblea, los signos del agua y aceite, fue un reto en la búsqueda “que todos pudieran comprender el sentido. No todos hacemos las mismas lecturas de los signos por nuestra idiosincrasia, estilos o formas de ser”, agregando que hubo que hacer ese proceso de hacer entender lo que se estaba proponiendo, pero teniendo presente que el entendimiento también es un don del Espíritu. “Eso nos hace reconocer que vamos dando pasos en esto, en la medida que dejamos que nuestros esquemas bajen un poquito, no nos provoquen resistencias y dejemos pasar ese aire nuevo del Espíritu que nos vaya transformando también a nosotros”.
Para la preparación de los momentos litúrgicos, el equipo de espiritualidad participó en algunas de las reuniones del equipo de metodología para conocer más en profundidad lo que se iba buscando, los objetivos que se querían alcanzar. “Eso nos hizo que pudiéramos llevar este proceso orante en continuidad, no como bloques separados”.
Para ello se quiso que la experiencia de la oración, ayudara en el discernimiento: “como nos dice la experiencia ignaciana de liberarnos de las ataduras de todo aquello que traemos, para dejar la acción de Dios que se haga efectiva, que mueva, nos de luces. Esa espiritualidad ignaciana que algunos tenemos fue puesta al servicio, que es lo que Papa Francisco también hace”. Afirma la religiosa, agregando que “tal vez hoy desde esa espiritualidad se puede enseñar como se discierne. Porque discernir no es un trabajo de equipo donde tomamos decisiones y nos ponemos de acuerdo y construimos esto y aquello. Sino que es esa experiencia de preguntarle primero a Dios que quiere para su Iglesia, que quiere Dios para nosotros como religiosas, como laicos, como pastores de esta Iglesia. No mi querer, sino el querer de Dios. Eso está primero y cuando nos dejamos preguntar, cuando le pedimos a Dios que nos de las respuestas y las luces, todo lo otro se va dando. Y yo creo que esa fue la experiencia de la espiritualidad en la Asamblea, de haber abierto el corazón para que sea Dios quien hable a través de nosotros”.
Adoración al Santísimo y el Signo de perdón a víctimas de abusos
Dentro de los días de Asamblea hubo particularmente dos momentos orantes que fueron claves. Uno de ellos se dio al finalizar el segundo día: “La adoración al Santísimo”. Respecto de ese espacio, la religiosa explica que se buscó no se viviera como un momento encapsulado, sino que tuviera relación con lo que se estaba viviendo: “nos juntamos en muchos momentos para discernir por dónde Dios iba marcando la Asamblea. Sin lugar a dudas creo que el momento de adoración al santísimo marcó lo que todos buscamos que es el volver a la centralidad en Jesucristo”. Por eso se buscó que cada elemento, como la ubicación, los cantos, apuntara a reconocer que “podemos ser totalmente diferentes, tener carismas distintos, podemos tener miradas distintas, posiciones diferentes, pero en Jesús todos somos hermanos. En Jesús creo que hemos hecho esa experiencia de sentirnos profundamente acogidos a través de la Eucaristía y hacernos vivir la experiencia de la comunión. Yo creo que lo más potente, aquello que a veces no podemos describir con palabras, ha tenido que ver con esa fuerza del Señor presente, donde todos somos iguales para Él, todos hermanos”.
La hermana Verónica confiesa que después de ese momento orante, algunos participantes le confidenciaron sentirse renovados en la esperanza y con confianza, por eso reflexiona: “Entonces cuando pensamos en los cambios, en la renovación de la Iglesia, es con Jesús, si no, no tiene sentido nada de esto, es pura acción humana. Yo creo que todos sentimos la fuerza de esa presencial real de Jesús en la Eucaristía por lo que pienso se hizo tan elocuente ese momento. Y ojalá que la experiencia de encuentro con Jesús en la Eucaristía nos renueve y nos traiga a la memoria del corazón lo vivido, y que nos de fuerza para seguir en lo de cada día”.
Otro signo muy relevante se vivió en la Eucaristía de cierre de la Asamblea, en el momento que se realizó un signo de perdón a las víctimas y sobrevivientes de abuso en contextos eclesiales. En sentido, Verónica Santillán recuerda que el inicio de todo este proceso tiene relación con la situación de crisis de la Iglesia a raíz de los abusos. Si bien reconoce el aporte de documentos como el de reparación que también acompaña este proceso, explica que “como Iglesia nos faltaban esos pasos que tienen que ver con la reparación simbólica de las víctimas. Que tienen que ver con esas experiencias profundas de decir que hemos errado, nos hemos equivocado, pedimos perdón por esto. Entonces el haber preparado ese momento de la petición de perdón era nuestra experiencia de ser Iglesia chilena que estaba presente en la Asamblea y sentíamos que en todo el proceso que se fue discerniendo en las diócesis, salió el tema del abuso y que era un tema que nos pesaba a todos”.
Agrega que más allá de las respuestas que se han dado, que quizás se han dado tarde, “hay un trabajo profundo en las diócesis en relación a la prevención del abuso. Entonces el hecho de poder pensar que de la celebración litúrgica era el momento oportuno y propio para poder pedir perdón. Pedimos perdón por haber apagado esa llama viva del corazón de tantos hermanos, pero es un perdón activo donde nosotros queremos hacer ese proceso de reparación y creo que todos los esfuerzos que vamos haciendo como Iglesia entorno a la prevención del abuso y la cultura del cuidado nos ha llevado a decir que queremos encender esa luz. Por eso, ese momento fue muy fuerte, porque quizás pueden haberse hechos particulares de reparación simbólica, pero este fue nuestro momento de reparación y perdón, de tener ese gesto profundo como Iglesia que no habíamos tenido”.
Cuando hay paz en el corazón, brota la alegría
Otro elemento que destaca la religiosa, fue que los momentos orantes fueron vividos como una fiesta en su mayoría: “Un fruto del Espíritu es la alegría. Cuando hay paz en el corazón, brota la alegría. Y sin lugar a dudas creo que muchos hemos hecho en la experiencia de la asamblea, ese estado de consolación interior, que era tan fuerte, que se transmitía hacia todos y daba lugar a esos espacios de fiesta en el Espíritu”. Reconoce que si bien a veces se tiende a separar la vivencia de lo espiritual, como algo serio, de la fiesta: “Creo que todos pudimos hacer esa experiencia de la alegría espiritual que nos brotaba y traía la memoria del corazón, con canciones que marcaron una época de la Iglesia, donde los jóvenes de esa época estaban ahí presentes. Esa memoria del corazón al escuchar esas canciones permitió en unos revivir esa experiencia de la esperanza que traía la asamblea. Creo que estas tres palabras que fueron claves en la asamblea: lo profético, lo sinodal y la esperanza, las hemos vivido en la experiencia de la asamblea misma y también en las etapas diocesanas.