¡Y ponerse a caminar!
Pocos años después de la clausura del Concilio Vaticano II (diciembre de 1965), los obispos de Chile elaboraron en 1968 las primeras Orientaciones Pastorales. Somos herederos de una hermosa tradición eclesial que ha sido inmensamente valorada por las parroquias, comunidades y movimientos eclesiales, por los agentes evangelizadores y los fieles. Si bien la animación y los planes pastorales corresponden a cada obispo en su diócesis, conforme a la singularidad de cada una de ellas, las Orientaciones Pastorales son el fruto del discernimiento solidario de los pastores respecto de los grandes problemas de la sociedad y de la Iglesia.
Y en el caso particular de las Orientaciones Pastorales 2008-2012, son el fruto palpable de la reflexión que vivimos eclesialmente a lo largo y ancho de nuestro Chile.
Es enorme la gratitud al Señor por los regalos que ha hecho a nuestra Iglesia en estos últimos años previos a su formulación: la canonización de Alberto Hurtado; la preparación, realización y frutos de la V Conferencia de Obispos en Aparecida; y la fecunda Asamblea Eclesial, la primera de la Iglesia en Chile.
Las Orientaciones Pastorales que ahora presentamos reflejan este tiempo de gracia que hemos vivido. La invitación de estas Orientaciones no es ligera: quieren acoger los llamados del Espíritu Santo en la reunión continental de Aparecida, es decir, suscitar el encuentro personal y eclesial con Cristo Vivo.
Ser discípulos misioneros de Jesús en las circunstancias sociales, culturales y políticas actuales de Chile no es cosa simple. Requiere de un temple que se forma y afianza en los lugares de encuentro con el Salvador: la Sagrada Escritura, la Liturgia, la vida en comunidad, la opción por los pobres, la piedad popular, la presencia de la Cruz en nuestras vidas, la escuela de María, nuestra madre.
En la medida en que hacemos vida, a través de nuestro testimonio personal y eclesial, los valores en que creemos, podremos transparentar esta Iglesia que los Obispos buscan para la hora presente en Chile: una Iglesia que conduce al encuentro con Cristo Vivo, que forma discípulos misioneros, que anima la vocación de sus miembros, que vive y promueve la espiritualidad de comunión. Una Iglesia misionera es una Iglesia de auténticos discípulos.
A la Santísima Virgen confiamos a esta Iglesia peregrina en los tiempos de camino hacia el Bicentenario de Chile. Hay que ponerse a caminar para misionar permanentemente. Sabemos que Santa María del camino acompaña nuestro andar. Así es, porque “cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de Judea para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia” (S.S. Benedicto XVI, Spe Salvi, 50).