María misionera
El canto del Magnificat resuena de un modo especial en la vida de las parroquias, colegios, capillas y comunidades. Es la celebración del Mes de María, una tradición de fe que Chile exhibe entre sus riquezas religiosas y culturales, y que nos anticipa al tiempo de Adviento en que, junto a la madre, esperamos la llegada del Salvador.
Este tiempo mariano nos regala la posibilidad de iluminar nuestro caminar como Iglesia a la luz de la fe de la Virgen, una fe con la que “llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos” (DA 266). María, Madre de la Iglesia, es artífice de comunión. Con razón los obispos en Aparecida nos recuerdan que esta “visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática” (DA 268).
Desde su manto maternal, la Santísima Virgen es reflejo de la comunión de sus miembros y nos enseña un estilo de vida marcado por la alegría del compartir, por el espíritu solidario y fraterno, por una actitud de escucha y acogida del prójimo y de los más necesitados y desvalidos. El desafío de hacer de la Iglesia la “casa y escuela de comunión”, es un hogar embellecido por el amor de una madre, y un aula en que un humilde “sí”, que transforma la vida, es la primera enseñanza.
Damos gracias a Dios por la riqueza con que la devoción mariana se manifiesta en nuestra tierra: desde los tradicionales rezos del mes, junto al Santo Rosario, y los esmerados altares con las flores de primavera; hasta las vigilias y peregrinaciones juveniles a los santuarios de nuestra Madre; pasando por la fecunda celebración comunitaria en barrios y capillas, y por las procesiones multitudinarias que recorren pueblos y ciudades, o la devoción de familias enteras que repletan santuarios en la fiesta de la Inmaculada Concepción.
En María, nuestra madre, encontramos el primer y mayor modelo de discípula misionera. En ella buscamos el espejo para crecer en nuestra conversión personal y pastoral. En su entrega, en su cariño y en su acompañamiento al Hijo de Dios que llevó en su vientre y recibió desde la cruz, encontramos agua pura que renueva nuestro andar como Iglesia en camino de Misión. Que la Virgen Santa bendiga a nuestras comunidades y a nuestra patria, de un modo especial a los jóvenes y a las muchachas que en el rezo del Ave María intuyen respuestas de esperanza a los grandes retos de sus vidas.