Educar es Amar
El mes de marzo nos trae, a muchos, de regreso a la rutina laboral y educativa, a retomar proyectos en un año muy especial, en la cuenta regresiva de la celebración del Bicentenario de la Independencia, marcado por una campaña electoral y una crisis económica que se hace sentir en diversos ámbitos.
Entre los temas de la llamada agenda-país, hemos querido relevar en las páginas de SERVICIO uno de los asuntos que periódicamente la ciudadanía define como de su mayor interés: la educación. Las reflexiones y trabajos aportados en los últimos años por diversas comisiones, congresos (entre ellos el Congreso nacional de Educación Católica), seminarios y debates parlamentarios y públicos, sin duda han puesto sobre la mesa los grandes desafíos que la sociedad en su conjunto debe asumir para contar con una educación de calidad para todos.
No es un asunto fácil de encarar, porque el panorama es complejo y las tareas son variadas. Algunos actores se han atrincherado en posturas poco dialogantes en defensa de sus intereses, legítimos pero parciales. Mejorar la educación es una tarea que lleva años abordándose, que no se puede resolver en el corto plazo, pero de la cual nos sentimos llamados a dar pasos significativos ahora.
No basta con plasmar sueños en hermosos proyectos o en promesas de campaña. De nuestra parte, como Iglesia necesitamos abordar estos desafíos en los ámbitos que nos son más propios, a partir de un esfuerzo innovador en la escuela y la universidad católica, con la colaboración generosa de todos los agentes educativos, de un modo especial los profesores y los estudiantes. Cuando se proyectan metas nobles para la Enseñanza a partir de una fe compartida, la tarea adquiere una nueva perspectiva: somos Iglesia que se propone ser, ante todo, “escuela de comunión” al servicio de las personas y de la sociedad. Por lo tanto, quienes participen de los proyectos educativos católicos buscarán, primero, ser auténticos discípulos misioneros enamorados del proyecto de Dios.
Queremos para Chile una educación que mire la formación integral de personas insertas en la sociedad y atentas al devenir de las culturas. Una educación que no se reduzca a la capacitación técnica o a la simple entrega de destrezas y conocimientos. Si desde la Iglesia queremos promover la opción “educar para la vida”, sin duda el argumento más convincente será el propio testimonio de quienes compartimos la fe en Cristo. Él es nuestro principal tesoro, y por eso anunciamos la dicha de habernos encontrado con Él, de nutrirnos de su Palabra y de emprender un camino que es Vida plena, en Él.
Lo queremos proclamar, por “desborde de gozo y gratitud” como nos invita el Documento de Aparecida, desde los patios de nuestros colegios y de las aulas académicas, para proyectarlo hacia el debate público y a las necesarias reformas de un sistema que es, indudablemente, es el soporte sobre el que descansa un futuro más digno y justo para las generaciones venideras.
† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile