Crisis económica y esperanza cristiana
Levantemos el corazón.
¡Lo tenemos levantado hacia el Señor!
En el júbilo del tiempo Pascual que se nos regala, damos gracias al Señor nuestro Dios porque en Cristo, su Hijo, la muerte ha sido vencida. Tras la experiencia de la cruz, el sepulcro vacío nos recuerda que el caminar del género humano tiene, en Jesús, un sentido y una esperanza. En las certezas que emanan del anuncio de la Pascua fundamos la Esperanza mayor que nos anima a enfrentar la vida diaria con la alegría y optimismo que brotan de Cristo Resucitado.
El Aleluya de estas semanas tiene un sello especialmente hermoso para las Iglesias de nuestra América Latina. La puesta en marcha de una Misión Continental que nos sitúa a todos en “estado permanente de Misión” y que nos invita al desafío de una auténtica conversión personal y pastoral, encuentra en este tiempo de gozo una fuente inagotable de sentido. En el encuentro con Jesús Resucitado sus discípulos se convierten en misioneros y el anuncio de la Buena Noticia es una palabra que se comunica “por desborde de gratitud y de alegría”.
En este espíritu misionero, nuestra Iglesia mira con preocupación la realidad compleja de una crisis económica que evoluciona con peligrosas consecuencias sociales. En los rostros inquietos de trabajadores y empresarios, en la sensación de incertidumbre y de pesimismo que acompaña nuestro andar, reconocemos los rostros cabizbajos de los dos discípulos que se encaminaban tristes a Emaús. Horas después esos mismos hombres volvían a Jerusalén llenos de alegría por haber escuchado al Maestro y haberlo reconocido “en la fracción del pan”.
Es precisamente en el encuentro de la mesa fraterna, donde nos miramos al espejo de nuestro ser cristiano y, por lo mismo, descubrimos nuestra vocación a la solidaridad. El Santo Padre ha llamado la atención sobre la fragilidad del sistema económico. En efecto, cuando la actividad financiera se guia “por criterios meramente autorrefenciales, sin consideración del bien común a largo plazo”, parece evidente que “quien construye sólo sobre las cosas visibles (el éxito, la carrera, el dinero), construye sobre arena”.
Los discípulos misioneros no podemos quedarnos inmóviles frente a las consecuencias de este momento económico, ni tampoco resignarnos a que, como suele ocurrir, los más pobres y desamparados terminen siendo los más perjudicados. Será éste un tiempo propicio para reflexionar sobre el trabajo que aportamos a nuestra sociedad, para valorarlo y dignificarlo, en vistas al bien común de la sociedad. También para alimentar nuestra esperanza, que sin duda debe ser el sello inconfundible de la mirada cristiana a los tiempos que corren. Irradiemos el gozo pascual ofreciendo en esta coyuntura compleja una mirada positiva y una actitud fraterna, a ejemplo de la primera comunidad del Señor resucitado y de los dos discípulos de Emaús después del encuentro con Él.
† Santiago Silva Retamales
Obispo auxiliar de Valparaíso
Secretario General de la CECh