El agosto que nunca pasamos
Es un mes frío y de enfermedades. Por eso, algo en broma y algo en serio, a partir de cierta edad hay que celebrar cuando termina agosto. En este año, con enfermedades nuevas que golpean fuerte en nuestro país, tras la primera embestida del viento y la lluvia se aparece otra enfermedad, sostenida y crónica, que muestra sus síntomas cada invierno.
Pese a los reconocidos avances en materia social, nuestra sociedad es incapaz de abordar decididamente la pobreza extrema que mantiene a miles de familias al margen de lo más mínimo para vivir con dignidad.
Se suman y hasta sobreponen iniciativas y comisiones, foros y debates, pero el barro vuelve a inundar, cada invierno, las habitaciones humildes donde duermen, en condiciones infrahumanas, niños pequeños y ancianos, familias hacinadas en lugares de riesgo. A lo anterior se suma el desempleo, que aumenta justo en estos meses.
Junto a la tragedia de estas personas transitan, durante la estación y mientras el clima lo permita, profesionales del servicio social y del voluntariado, dirigentes vecinales, políticos y candidatos, acompañados por la prensa y sus cámaras para informar “en vivo” la misma tragedia helada y húmeda de todos los años, un dolor que millones de chilenos contemplamos desde el calor de nuestro hogar.
“¿Es Chile un país católico?”, nos preguntamos como hace más de 60 años hizo el padre Alberto Hurtado, al vivir y revivir esta contradicción persistente que nos toca, a los ciudadanos, en el corazón de nuestra identidad como pueblo solidario; y a los que creemos en Cristo, en la raíz de nuestra identidad cristiana. Porque ser discípulos misioneros de Jesucristo tiene consecuencias sociales irrenunciables. Reconocer a los otros como hermanos, escucharlos, ponernos en su lugar y comprometernos con su bienestar y su dignidad es parte esencial de nuestra fe y de nuestra misión como Iglesia.
Por eso no es casual que en el mes de Agosto, la Iglesia invite a los chilenos a hacer una mirada profunda a nuestro ser solidario. Porque, desde el testimonio de Alberto Hurtado, santo de la Justicia y la Esperanza para los pobres, nos ponemos frente al espejo en estas contradicciones y renovamos nuestro compromiso con la construcción de una sociedad más fraterna y solidaria.
Este año proclamamos con alegría que “comprometerse hace bien” cuando esta decisión nos compromete en verdad, por entero y de un modo permanente. Alentado con la sabiduría popular que nos recuerda que “pan de un día es hambre de mañana”, el Padre Hurtado logró traducir dolores y esperanzas en resultados.
Por eso comprometernos hoy nos obliga a pensar no sólo en hoy, sino también en el próximo invierno de nuestros hermanos más pobres. Porque “pasar agosto” es mucho más que sobrellevar un invierno, un pequeño compromiso puede ser un paso gigante para que todos puedan ejercer su derecho al calor de un hogar y a una vida de calidad, de acuerdo a su dignidad de hijos e hijas de Dios.
† Santiago Silva Retamales
Obispo auxiliar de Valparaíso
Secretario General de la CECh