+ Fernando Ramos Pérez
Arzobispo de Puerto Montt
A la hora de pensar en qué consistió la primera sesión del sínodo de los Obispos sobre la sinodalidad, celebrada en la ciudad de Roma el pasado mes de octubre, se me vienen a la mente una multitud de imágenes que gatillan fuertes sentimientos y emociones en mi corazón. No fue solo un encuentro; fue un encuentro universal. A la gran mayoría de los participantes nunca los había visto ni menos había compartido con ellos, pero ahora los veo como parte de mi experiencia y por eso de mi vida. Fue un mes muy intenso en situaciones nuevas, temas tratados, conversaciones, reuniones y actividades. Todo ello constituye la experiencia en la primera sesión del sínodo, una experiencia intensa, completa, pero no acabada.
Un sínodo inédito
Nunca antes, desde que el Papa Pablo VI restauró esta institución en la vida de la Iglesia después del Concilio Vaticano II, una asamblea general ordinaria del Sínodo de Obispos se había celebrado en dos sesiones. Las anteriores 15 versiones se habían siempre realizado en una sola sesión. Además, este sínodo ha tenido una intensa participación de miles de fieles de todas partes del mundo, en una serie de etapas pre sinodales, ya que desde 2021 se ha hecho una consulta universal. De esta forma, la actual asamblea ordinaria ha procedido de manera más lenta, buscando digerir mejor los temas que se están discerniendo, de manera de ir generando un parecer más consensuado entre los miembros participantes.
Algunos aspectos sobresalientes
Un primer aspecto que se hizo evidente desde el inicio de los encuentros en el Aula Pablo VI se refería a lo que estábamos entendiendo por sinodalidad de la Iglesia: ¿es una doctrina o una praxis? Si bien es cierto que el concepto abstracto de sinodalidad es relativamente nuevo en el discurso acerca de la Iglesia, también es cierto que la realidad sinodal o, al menos, la palabra “sínodo”, es antigua en la vida de la Iglesia. Más aún, la forma de entender la sinodalidad era muy diversa entre los participantes. Por ejemplo, algunos representantes de la Iglesia Oriental hicieron ver que ellos entendían algo muy distinto con el término “sínodo” de cuanto se estaba realizando en esos días en Roma; para ellos, el sínodo era una reunión deliberativa exclusivamente de Obispos y no una reunión consultiva de Obispos, sacerdotes, diáconos y laicos.
En el transcurso de los encuentros, era más fácil tratar de describir lo que se entendía por sinodalidad a través de acciones, estilos y modos que intentar confeccionar una definición clara y distintiva de este concepto. Esto que, en sí mismo puede ser una riqueza, también puede ser una debilidad, ya que abre el camino para que cada uno lo interprete de manera subjetiva, como le resulte más cómodo. Queda, entonces, la tarea pendiente para que el próximo año se siga profundizando y clarificando en qué consiste la sinodalidad de la Iglesia.
Un segundo aspecto que me parece relevante es el “espíritu” que reinó en el encuentro. Este espíritu en cierta forma se preparó durante los tres días de retiro que precedieron al inicio de la sesión del sínodo, en el que casi todos los miembros participamos en las afueras de Roma. Ese retiro verdaderamente nos motivó para que el sínodo fuera un encuentro en el que el Espíritu Santo fuera el protagonista. Todos estábamos llamados a escuchar este Espíritu y no a nuestras preconcepciones o a la presión que desde afuera algunos grupos pretendían hacer respecto de lo que debía ser el sínodo. Esta convicción, me parece, impregnó las motivación y acción de los participantes.
Las cuatro semanas se desarrollaron en cinco etapas o segmentos. Cada una de estas etapas tenía un tema central y se introducía en ella con una celebración Eucarística en la Basílica de San Pedro y después venía una reflexión bíblico espiritual, llevada a cabo por Fr. Timothy Radcliffe, O.P., y Sor Maria Ignazia Angelini, O.S.B., los mismos que predicaron el retiro. Se concluía la introducción con la reflexión de un teólogo a fin a la materia de la sinodalidad y el testimonio de 3 miembros de la asamblea sinodal. Todo esto realmente ayudó a crear el ambiente propicio para el sínodo.
También fue un aspecto relevante la metodología utilizada para canalizar el trabajo en los círculos menores. El método, denominado conversación en el Espíritu, es una adaptación al discernimiento comunitario de la metodología desarrollada por San Ignacio de Loyola para los ejercicios espirituales y que busca identificar y discernir la voluntad de Dios frente a una determinada cuestión. Me parece que la utilización de este método ayudó para alejar cualquier debate inútil o animosidad entre los miembros.
Desde otro punto de vista, un aspecto muy relevante fue la experiencia universal de encontrarse con tanta gente distinta, proveniente de los más diversos países del mundo. Los miembros éramos alrededor de 370 personas, entre obispos, sacerdotes, diáconos, laicos y laicas. Casi todos tomaron la palabra en las asambleas generales y muchos de ellos compartieron lo que significa ser católico en sus países. Esto hacía resaltar que, si bien todos pertenecemos a la misma y única Iglesia de Cristo, las acentuaciones, énfasis y preocupaciones, pueden ser muy distintas de país en país. Con todo, al final todos nos enriquecíamos aprendiendo de la vivencia de la fe en otras latitudes.
Ciertamente la mayor curiosidad se ha dirigido a los temas que trató el sínodo. La mayoría de la prensa internacional lamentablemente lo cubrió muy mal, lo cual hace ver lo perdido que anda una buena parte del mundo de las comunicaciones. El eje lo marcó el Instrumentum laboris, que tenía el mérito de ser una extraordinaria síntesis de todo el trabajo pre sinodal que se hizo en la Iglesia universal.
En la primera etapa o segmento de la asamblea, todos los grupos intentaron responder la pregunta: (A) ¿cómo se realiza hoy, a diversos niveles (desde el local al universal) ese “caminar juntos” que permite a la Iglesia anunciar el Evangelio, de acuerdo a la misión que le fue confiada? ¿qué pasos el Espíritu nos invita a dar para crecer como Iglesia sinodal?
Después vinieron tres segmentos. Cada uno abarcó los tres grandes temas prioritarios surgidos de la consulta al pueblo de Dios, a saber, (B1) Una comunión que se irradia; ¿cómo podemos ser más plenamente signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano? (B2) Corresponsables en la misión; ¿cómo podemos compartir dones y tareas al servicio del Evangelio? (B3) Participación, responsabilidad y autoridad; ¿qué procesos, estructuras e instituciones son necesarias en una Iglesia sinodal misionera?
Estos tres segmentos, fueron los que entraron más profundamente en los temas relacionados con la sinodalidad. Cada uno de ellos, tenía cinco sub temas, de manera que cuando un segmento trataba uno de los temas, los círculos menores simultáneamente estaban abordando los 5 sub temas; de esta forma, cada sub tema era visto por aproximadamente 7 grupos o círculos menores de distintos idiomas.
Por último, el quinto segmento se dedicó a la elaboración y aprobación del informe de síntesis, es decir, del documento que reúne el fruto de todo el trabajo sinodal en esta primera sesión y que ha sido ya publicado en diversos idiomas. Este texto está estructurado en tres partes: parte I: el rostro de la Iglesia sinodal, parte II: todos discípulos, todos misioneros; parte III: tejer lazos, construir comunidad. En total, abarca 20 temas, todos directamente relacionados con la sinodalidad. Cada uno de los temas, se divide en tres partes: convergencias, cuestiones que afrontar y propuestas. De esta forma, el documento síntesis lejos de ser un texto acabado, abre una serie de perspectivas para ser tratadas por el pueblo de Dios y, sobre todo, en la próxima sesión de octubre de 2024.
Algunas proyecciones
Hace unos pocos días hemos recibido de la Secretaría General del Sínodo de Obispos algunas indicaciones que pretenden orientar la reflexión de la Iglesia universal antes de la próxima sesión del sínodo en octubre de 2024.
La preocupación es ahora tratar de ir concretizando qué entendemos por una Iglesia sinodal. Ya han quedado atrás los afanes refundacionales de algunos que postulaban crear otra Iglesia o las argumentaciones algo afiebradas que trataban de argumentar desde una mirada autoflagelante de lo que la Iglesia había vivido en dos mil años de historia. Ahora emerge con claridad que la sinodalidad es un soplo del Espíritu que se sustenta en la única Iglesia de Cristo, cuya originalidad ha sido planteada con fuerza por san Pablo y replanteada con originalidad por el Concilio Vaticano II. Es la Iglesia Pueblo de Dios, Cuerpo místico de Cristo, que tiene un modo de ser propiamente sinodal.
Este modo de ser ha de expresarse básicamente de dos modos complementarios. Uno tiene que ver con las actitudes, estilos y convicciones de los miembros del pueblo de Dios, especialmente de aquellos que tienen responsabilidades. Hay un deseo muy grande de dar espacio a la escucha, al diálogo, a la cordialidad y a la amabilidad en el trato, a saber ponerse en el lugar del otro, especialmente del que sufre, a saber construir con otros, a no imponer, a acoger e integrar. Y así sucesivamente se podría agregar un largo elenco de actitudes y modos que nos haga crecer en humanidad siguiendo las actitudes y modos de Jesús de Nazaret.
Junto a lo anterior, la sinodalidad también implica profundizar en la organización y estructura sinodal, de manera que toda la Iglesia se organice orgánicamente, abriendo espacios a la comunión, misión y participación. Esto significará revisar muchos de los organismos eclesiales para justamente articularlos desde esta nueva conciencia eclesial. A su vez se deberá traducir en ajustes y modificaciones del Derecho Canónico y la normativa vigente para otorgar el sustento jurídico a estas transformaciones.
Quedó abierta la posibilidad para seguir profundizando algunas preguntas que se han planteado, como por ejemplo el diaconado femenino. La asamblea expresó su deseo de conocer el resultado de las dos comisiones encomendadas por el Santo Padre sobre esta materia y para que en la próxima sesión se informe sobre estos trabajos investigativos.
En el reciente comunicado de la Secretaría General del Sínodo de Obispos, se pide que las Iglesias locales sigan reflexionando y aportando a la pregunta: ¿cómo se una Iglesia sinodal en misión? Se nos abre, entonces, una nueva posibilidad para seguir enriqueciendo este camino de discernimiento sinodal y universal. Que el espíritu Santo siga soplando para descubrir las mociones que está suscitando para la vida de la Iglesia.