Justicia y Misericordia
El invierno en el hemisferio sur nos ha golpeado con una escalada de violencia en el Medio Oriente y con otras demostraciones de poderío armamentista que nos ponen sobre aviso respecto de la fragilidad del don de la paz. Adentro de nuestras fronteras, un frente de lluvias, nieve y frío en la región central del país nos ha permitido detenernos ante el sufrimiento humano. Muchos hemos podido presenciar en televisión la conmovedora escena de dos carabineros que arriesgaban su vida en el servicio de personas indigentes. Uno de ellos la entregó y hoy es un mártir. La lluvia, el viento y el frío también nos dieron la posibilidad de apelar al corazón solidario de Chile y echar a andar en plazos breves campañas de ayuda a los damnificados, a las que se sumó nuestra Iglesia en todo el país.
También han sido estos meses un tiempo de reflexión sobre la paz y la violencia, sobre la rehabilitación y la justicia. Hemos conocido cifras acerca de los hechos delictivos y hemos estado expuestos a una cobertura mediática permanente, a veces exagerada, de episodios de violencia ocurridos principalmente en Santiago.
En la declaración conclusiva de la última Asamblea Plenaria, los Obispos reconocíamos los “esfuerzos y significativas inversiones” que se han emprendido para disminuir el fenómeno de la violencia, de la delincuencia y, por tanto, del sentimiento de inseguridad que se ha venido instalando en la familia chilena. Al mismo tiempo, expresábamos nuestra esperanza de que “las iniciativas de seguridad pública que se emprendan cuenten con el necesario diálogo social previo, que involucren los ámbitos de la familia, la educación y el trabajo, enfrentando de este modo las verdaderas causas que están generando graves y crecientes conductas de riesgo. Es además necesario crear las condiciones para pasar del miedo a la preocupación por el prójimo”.
La construcción de un país en la paz y la justicia no pasa por más detenciones y más celdas. Hay que mirar a las personas, a los rostros humanos y a las historias familiares que se esconden en cada víctima y en cada victimario. Urge incorporar estas variables, particularmente la de la prevención, en los procesos educativos que por estos días son motivo de reflexión a nivel nacional. Particularmente a los habitantes de los centros urbanos nos cabe la tarea de ayudar a humanizar nuestras ciudades, en búsqueda de la recuperación de las confianzas. Por eso esta edición de Revista Servicio invita a reflexionar sobre una mirada cristiana hacia las personas involucradas en esta espiral de violencia. Es una invitación a recordar que no hay paz sin justicia, ni justicia sin misericordia. En una palabra: a obrar caritativamente no inspirados “en los esquemas que pretenden mejorar el mundo siguiendo una ideología”, sino guiándonos “por la fe que actúa por el amor” (Deus Caritas est, 33).